3.11.23

Unha visión ultraxante das poubanas

No Xornal de Tabeirós, de Calros Solla ( ver ligazón ) recóllese a achega "humorística sobre as poubanas, publicado no "Almanaque humorístico de Galicia para 1878 ", por Jesús Muruais, pontevedrés ,avogado, escritor, xornalista e crítico literario galego. (ver ligazón ). Nesas páxinas da rede hai información sobre o autor e os almanaques.
Este relato tivo moito éxito na prensa galega do momento e mesmo nos diferentes cadernos dixitais actuais que falan das poubanas fanse continuo eco do mesmo.
Nós publicámolo como "texto exótico" e mesmo xogando coas palabras poderíamos chegar a dicir que " é tóxico".
Leva por título "Las poubanas" e di así: 
El nombre es exótico, pero la especie es indígena. 
Ha nacido en los riscos patrios, ha crecido cabe el emblema más venerando del hogar gallego, negro y panzudo jefe de nuestros penates, el pote; ha enronquecido su berroqueña garganta con los aturuxos nacionales y cumple religiosamente con el doble precepto galaico-social de no ir a la escuela ni lavarse las manos y los pies, a no ser en casos de inundación súbita e imprevista del nativo regato, que sirve de espejo a las silvestres y disyuntivas facciones de su rostro no profanado por otra agua que la no muy limpia, aunque sagrada, que recibió en el pilón bautismal.
Siempre he estado a matar con la reducida y arbitraria división de sexos que las leyes y costumbres han establecido. Ni frailes descalzos son capaces de convencerme de que no deba darse carta de naturaleza al sexo–presbítero, ni hay fuerzas humanas que me hagan tolerable el tener que decir a mis lectoras que la poubana pertenece al sexo femenino.
Ello es que la poubana, a pesar de que adolece de unas patas monumentales, unas caderas ciclópeas, un gañote desmesurado y otros excesos impropios de su sexo, pasa por mujer en el concepto del vulgo.
En el archi-pintoresco puerto de Marín es donde se encuentra la poubana. Suele venir en caravana por los meses de julio o agosto, desde las fragosas montañas en que tuvo su cuna, a buscar en el mar que baña las hermosas playas de aquel pueblo, alivio a padecimientos de más o menos larga fecha y que exigen perentoriamente los maravillosos auxilios de la hidroterapia. Acomódanse por tribus las poubanas en alguna choza de pescador, por cuyo alquiler se deciden a pagar seis cuartos diarios por cabeza, después de cuatro horas del heroico e indispensable regateo previo, y en el mismo día comienzan a sumergir sus cuerpos en las saladas ondas.
Yo he tenido la fortuna de recoger las primeras impresiones de una poubana al hallarse ante el no conocido y terrible elemento. Encontrábase la joven, a quien acompañaba su madre, en lo alto de una pendiente de la carretera de Pontevedra a Marín, desde donde se domina completamente el paisaje más admirable y poético del mundo. Enfrente veíase el mar azul y tranquilo que reverberaba entre sus ondas a la luz chispeante del sol; la isla de Tambo aparecía a lo lejos como una inmensa tortuga dormida al arrullo del oleaje, y a derecha e izquierda, detrás y delante, desarrollábanse en vasto panorama redondeadas colinas cubiertas hasta la cima de la espléndida vegetación que por todas partes crece en el amenísimo rincón de tierra en que hemos nacido.
La poubana contemplaba sin pestañear todo lo que la rodeaba.
Pero de pronto, animose su semblante con las tintas del placer y señalando a un grupo de desnudos marineros que se bañaban al abrigo de una elevada peña gritó:
 −Mi madre, aqueles pescados son homes! 
Observación que hacía honor a sus conocimientos en historia natural y a su afición a la piscicultura, pues aún permaneció media hora larga contemplándolos.
En las primeras horas de la mañana, es cuando las poubanas abandonan el lecho de hojas de maíz, para tomar el primer baño de la serie de los del día, pues no se contentan con menos que con tres cotidianos. ¡Triple ablución, impotente para despojar a sus cuerpos de la tupida corteza que los envuelve! Míralas allí, lector, agrupadas al pie de aquellas rocas, espantando a las gaviotas con sus bruscos movimientos, retozando como un rebaño de focas sorprendidas por un rayo de sol, luciendo entre las eternas nieblas del polo. Pero, no te acerques demasiado, lector de mi alma. Aquella poubana que juguetea con las espumas, aquella Venus de Cerdedo o de Soutelo de Montes ha cogido un guijarro tremendo y se dispone a lanzártelo con toda la fuerza de su selvático brazo. ¿No te lo he dicho? Ya te ha descalabrado. Retírate sin chistar porque la poubana ha tenido razón en protestar en esa forma, poco suave tal vez, contra tu ilegítima curiosidad.
La poubana tiene pudor, aunque se baña frecuentemente sin su túnica.
Por esta razón, que es ciertamente de peso, no puedo seguir copiando el tipo tan al natural como yo quisiera.
Tampoco me atrevo a penetrar en su domicilio para seguir perfilando este boceto. Si el olor a manteca rancia y a bacalao frito no me asfixiaba antes de pasar el umbral, sería un espectáculo que daría al traste con mi delicada organización el de seis o siete poubanas auténticas, abandonadas a sus instintos y sobre todo solas, porque si bien admiten en su intimidad a alguno que otro compañero de S. Antón, este es así mismo poubano, a juzgar por la escasa gallardía natural de sus movimientos.
Y tendría que poner fin aquí a este deslavazado esbozo a no ser por cierto hallazgo inapreciable que he tenido en Marín una mañana del pasado estío. Es una carta de una poubana a una amiga de la tierra que transcribo no literalmente, porque no la entenderías, pero si con escrupulosa fidelidad en cuanto al espíritu de la misma: 
Maripepa: saberás en como estoy cada día más gorda, hastra el punto de que me estralaron las medias que mercara por mor del rocío que corre. Tomé lo menos diez baños, que con otros diez que tomé hacen vinte y no pienso parar hastra echar toda la morriña del cuerpo. Me dices que te coja algún pescado de camino que tomo el baño, pero, a pesar de haber tantos, ningún pescado se me vino a las manos. Parece mentira. Estoy perfectamente mantida, con chocolate a los domingos y manteca todas las tardes. Las sardinas están aquí a patadas, pero no las puedo ver desde que tomé una enchenta atroz con ellas. Por poco no me custa el pellejo. Si no fuera por el porte, te mandaba siete u ocho para que también te hartaras y después me darías lo que me custaron cuando pudieses ¡Si vieras que ricas están con un poquito de tocino! 
Es cosa de comerse espinas y todo.
Tengo que ajustar la caballería para cuando vuelva, que será pronto. Me van a llevar un dineral de dinero, pero la salud es antes que nada”.
El resto de la carta era completamente ilegible, por tener adheridas varias escamas de sardinas.
Peza do clásico humor que aproveita o elo máis débil da sociedade para chancear e xerar risa entre un público lector entre o que non se vai encontrar con toda seguridade os, ou neste caso, as eludidas.

A imaxe de Muruais está recollida do citado blog de Calros Solla
A do Almanaque, da páxina da RAG
 

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