21.11.23

Os canouros en ·Ribadensario

Iniciamos aquí unha serie de entradas nas que imos publicar as diferentes impresións e opinións que as canouras e canouros produciron en vilegos que en publicacións periódicas ou directamente en libros da súa factoría, con áxil pluma, describían os costumes desta poboación bañista.
Nesta entrada publicamos o capítulo "Los canouros" do libro "Ribadensario" de Juan Carlos Paraje Manso, publicación que recolle unha selección de colaboracións do autor nos semanarios ribadenses.
Di este home que "no constituían sorpresa sino, más bien, una anual pacífica invasión ya esperada. En agosto, terminada la siega, evacuados por el tren de Villaodrid o en los numerosos "Fiestas, Ferias y Mercados" que aquel entonces nos visitaban, procedentes de Os Oscos, Fonsagrada, Terra de Miranda, Meira, Terra Chá, etc, llegaban los "canouros", pintoresca grey de hombres, mujeres y niños, invariablemente enlutados (nuestros paisanos rinden a la muerte sus mejores galas) que, cargados con cestas, sacos y maletas y precedidos por sus posaderos, desfilaban hacia las numerosas casas --algunas de familiares o antiguos convecinos-- que se prestaban a darles acomodo.
Estas gentes del interior ("montañeses", como despectivamente solíamos llamarlos los que orgullosos poseemos los caminos del mar) --los primeros turistas, tal vez, después de los peregrinos a Santiago--, pertenecían a familias acomodadas que venían a buscar en la frescura del Cantábrico alivio a sus dolencias reumáticas los mayores, estímulo para el crecimiento los pequeños. A este fin se trasladaban diariamente a la Casa de Baños instalada en la playa de san Miguel en Porcillán, en donde, bajo la dirección sucesivamente de los doctores don Federico Martínez y don Félix Puelles, eran sometidos a baños y "chorros", de agua caliente del mar, que los consolaban.
Otros se distribuían por las playas de Figueirúa, Cabanela y el Cargadoiro, y, con gran aparato de alaridos y gritos histéricos, que el vaivén de la marea les producía, se bañaban de lo lindo. Cumplida esta obligacion ritual, se colocaban las imprescindibles toallas sobre la cabeza y se encaminaban a sus residencias.
Está de todo punto confirmada la eficacia de estas hidroterápicas sesiones: estas buenas gentes, por lo general agobiadas de trabajo, reacias o sin comodidad para beneficiarse del aseo corporal, al pasar unas semanas en un ambiente agradable, sin más preocupación que la de bañarse, comer y pasear, es de lo más lógico que se sintieran reconfortadas.
En el tiempo en que no estaban bañándose, solían pasear por las calles --consideraban de rigor el girar boquiabiertos en torno a la Torre de los Moreno, en violenta postura causante de tortícolis-- o sentarse en los bancos del Parque (los ocupaban todos) sin abandonar sus toallas que les conferían un exótico aspecto oriental y sin parar las mujeres de calcetar, hilar e incluso torcer; yo recuerdo verlas por las Cuatro Calles armadas de parafusa "torciendo" hábilmente sin dejar de pasear. Existía la creencia de que las mujeres que venían "a los baños" estaban moralmente obligadas a tejer un par de "chapos" para cada miembro de la familia, en justa reciprocidad al beneficio de que eran objeto.
A la mayoría de los "canouros", ¡cómo no! les fascinaba Ribadeo: el mar, el clima suave, las doradas escamas de la Torre, las calles limpias y bien pavimentadas -- que, aunque parezca mentira, nuestra villa tuvo algún día--, la banda de música, a cuyos conciertos acudían extasiados, la comodidad y riqueza de las casas de labor cercanas, el apoteosis de nuestras fiestas (en las que invariablemente corrían despavoridos al desencadenarse la traca), fueron causa de que muchos ya no pudieran vivir tranquilos, ni un solo día más, en sus incómodas aldeas, hasta trasladarse definitivamente a Ribadeo. Estas aportaciones a nuestra comunidad, adquiriendo y reconstruyendo casas ruinosas, ocupando caseríos que la emigración americana había vaciado, etc, fue en algún momento de tal importancia que se llegó a bautizar socarronamente con el nombre de "Avenida de Meira" a la calle Amando Pérez.
Esta atracción tuvo casos enternecedores, tales como el del "señor Francisco", octogenario de arriba de Mondoñedo. Era éste un hombrecillo pulcro y refinado que apoyaba su vejez en dos cayados. Se prendó de tal modo de Ribadeo que no quería marcharse ni a tiros. En vano acudían sus familiares a buscarlo una y otra vez, maldiciendo la mala hora en que se les había ocurrido mandarlo "a los baños". Cuando se daban cuenta ya se había metido en otra temporada.  Frágil pero enérgico, esgrimiendo sus bastones, se opuso a volver a su aldea y permaneció con nosotros hasta el fin de sus días. Su endeble figurilla se había convertido en un elemento urbano más, y era recibido con agrado en zapaterías, hornos, peluquerías, tiendas y talleres en los que le tenían su sitial, permaneciendo un rato departiendo hasta continuar su ronda de visitas. Jamás renegó de su aldea, antes al contrario, siempre decía: "Ahora pronto teño que volver... Pronto teño que marcharme.."’ Y así año tras año.
A los ribadenses, en términos generales, no nos caían simpáticos "los canouros": hería nuestra delicada susceptibilidad de vilegos, aquella pacífica invasión de extraños a nuestro medio, que olía a humo, caminaba a saltos y vestía, actuaba y hablaba de forma diferente (Aunque —sorprendentemente— los montañeses, por similitud de vocablos, y modales dulces y corteses, son más afines con los ribadenses que los habitantes de los pueblos costeros ga1legos e incluso que los de las mismas aldeas colindantes) Temíamos que los transeúntes y veraneantes "de ciudad" creyesen que eran de Ribadeo y que el prestigio de Villa elegante y moderna, del que siempre hicimos alarde, saliese malparado. Aunque con su pensión y talegadas que contenían aves, patatas, alubias, castañas, grano, cecina, carne salada de cerdo, chorizos, etc.) contribuyeran al sostenimiento de gentes de nuestro pueblo, de modesta condición, y de que solían efectuar copiosas compras en el comercio local (fue largo tiempo conmentado el caso de una canoura que compró ¡dos pares de medias de cristal!) sin olvidar que, con su desenfadada actitud en las playas --despelotándose alegremente y bañándose en paños menores-- contribuyeron decisivamente a ponernos al día en materia anatómica, no eran estos, al parecer,  méritos suficientes para que dejásemos de zaherirlos y contar de ellos casos y chismes de mala ralea. No les perdonábamos que acapararan los bancos del Parque y los acusábamos de ser portadores de "viajantes".
Aunque debo decir, en honor a la verdad --y que así conste por los siglos de los siglos-- que, después de fatigosas investigaciones, no he podido hallar noticia de que en algún momento sus pulgas se hayan peleado con las nuestras".
Constatamos como as prácticas eran as mesmas que en toda a costa galega: chegada empregando diferentes medios de transporte ( non podemos esquecer a importancia do tren de Vilaodriz, aquí en Ribadeo, ao igual que a liña férrea --1ª de Galicia-- coñecida como  "El compostelano" que unía Conxo con Carril para Vilagarcía)
O uso dos parques para sentar ( que xeraba as mesmas queixas vilegas en todas partes) o aproveitamento do tempo libre para calcetar (todas as personas coas que contactamos fan alusión a esta actividade produtiva).
O beneficio comercial e económico tamén queda reflectido. De aí que Bouza Brey teña recollido o termo "bienvenidas" para estas canouras.
A inxusta acusación de portadoras de parasitos a estas canouras que non cremos superasen a presenza media destes ectoparasitos na poboación vilega ( dito con todos os respectos)
Ao tempo, ese correr espavorecido que indica Paraje ante os inicios das tracas festivas serían continuación do medo que soportaban cando mozos vilegos lles tiraban petardos cando estaban sentadas no Cantón (segundo nos relatou Eduardo Gutiérrez)
Por último citando como anecdótico o caso do sr Francisco, indicar que a corrente migratoria cara as vilas mariñeiras, neste caso Ribadeo, xerouse por parte da poboación destas terras do interior que, unha vez coñecido o mar, a suavidade do clima e as condicións de vida, decidiron cambiar de aires. O caso retranqueiro da avenida de Meira, non é máis que o reflexo dunha dinámica que achegou á vila a moitos destes bañistas que asentaron no concello e que pasaron a formar parte da poboación estable desta ría.     

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